Después de tanto tiempo... [Privado/Bent - R+18]

Con un suspiro, Louise terminó de acomodar las cajas con manzanas que le habían llegado esa mañana. Ya casi anochecía, y había cerrado su panadería hacía unos momentos, cuando el último cliente se había llevado el poco pan que aún le quedaba. Usualmente no cerraba temprano, pero ese día tenía que ir al mercado que había en el centro del pueblo por algunas cosas para la tienda y su casa.

Tener su propio negocio no era cosa fácil, a decir verdad. Debía de estar de un lado a otro; entre atender a los clientes y cuidar el pan que seguía en el horno se le iba casi todo el día, por lo que muy rara vez podía comer adecuadamente o descansar. Por ello cada vez que cerraba temprano era como si se tomara unas vacaciones... aún si sólo se trataba de algunas horas.

Tras hacerse una rápida trenza y sacudir su ropa para quitarse los restos de harina que pudiese tener, la chica tomó una pequeña bolsa con monedas de oro y se puso su adorado abrigo. Como casi todas las selkies, era muy rara la vez que ella se separaba de éste, pero cuando trabajaba era necesario. No deseaba que algo le llegara a pasar...

Louise no pudo evitar temblar un poco cuando salió de su tienda. Afuera hacía frío, como siempre, y no dudaba que nevara al anochecer. Tras ponerle seguro a la puerta, la rubia se encaminó tranquilamente hacia el pueblo.

Era una rutina bastante común para ella. Saludaba a los vecinos y conocidos que se topaba en el camino, y primero pasaba por la sección de verduras y frutas, antes de ir hacia el molino para encargar unos sacos de harina para el día siguiente. Eventualmente se encaminaba hacia donde se encontraba Jean, el carnicero del pueblo... sólo que esta vez ocurrió algo diferente.

- My lady, muy buenas tardes - la saludó un caballero desde la montura de su leal corsel, el cual relinchó un poco cuando le hicieron detenerse.

Louise no necesitaba mirarlo para saber de quién se trataba, aunque de todas maneras levantó la cabeza para sonreírle un poco. Mera cortesía, a decir verdad.

- Noches ya, John - le corrigió -. El sol está por ponerse - señaló hacia el horizonte, donde el sol se escondía al filo del mar.

- Perdón por mi error - bromeó el caballero, quien se quitó el casco para mirarla mejor. John era un hombre bastante guapo; de cabello cobrizo, con unos intensos ojos violetas. Muchas chicas suspiraban cuando lo veían pasar, pero Louise no. Nunca le había llamado la atención el hombre, por mucho que este tratara de conquistarla -. ¿No es muy tarde para que una dama tan hermosa como usted deambule por el pueblo?

- Tengo que hacer unas cosas - se limitó a decir, mientras que se encogía de hombros -. Además, ¿no se supone que los caballeros están aquí para protegernos de los peligros? - comentó, divertida.

El caballero se sonrojó un poco, antes de balbucear un par de cosas, nervioso.

- Bu-bueno, sí... - empezó diciendo, aunque pronto el ruido de las campanas provenientes de la torre que estaba cerca de la costa lo interrumpieron. Era una señal de advertencia para todo el pueblo.

- ¡Los vikingos se acercan! - gritó el centinela, sin dejar de agitar la campana con ímpetu -. ¡Los vikingos se acercan!

- Será mejor que regrese pronto a casa, my lady - avisó John, antes de volver a ponerse su casco -. Esto realmente se pondrá peligroso - murmuró, serio.

Tan pronto arrimaron el barco a la orilla, los vikingos saltaron a tierra firme y fueron directo contra el pueblo al que iban a asaltar. Parecían una manada de bestias salvajes, que corrían con armas en mano a destruir y saquear lo primero que tuviesen en frente.

Bent fue el primero en saltar, y tomó un rumbo en específico, a diferencia de sus compañeros, quienes simplemente atacaban por el lado más próximo que tenían.

Había investigado previamente un poco sobre la vida de Louise actualmente, por lo que se enteró de su pequeña panadería, y hasta de dónde vivía. Debía encontrarse cerca, por alguna de esas calles; después de todo, atender una panadería era un negocio exigente, y seguramente no se iba sino hasta bien entrada la noche.

Para cuando el centinela comenzó a advertir a los pobladores, Bent había cruzado la mitad del pueblo. Dobló corriendo a toda velocidad en la esquina donde vio la panadería, y sin tener que ir demasiado lejos, consiguió vislumbrarla un poco más adelante.

Era ella, sin duda alguna. Iba con su abrigo de piel tan blanco como lo recordaba, y a pesar de que los años la habían cambiado, su fragancia seguía siendo la misma.

Antes de darle tiempo de siquiera mirar, Bent aceleró y corrió de lleno hacia ella, para sujetarla por la cintura y echársela al hombro.

Ni se molestó en reprimir la carcajada de júbilo que lanzó cuando se hizo de su botín, y mientras que sus compañeros saqueaban la aldea, él aprovechó la confusión para poder saltar por los techos de las casas mientras se la llevaba.

-Así que te dignaste a dejarte crecer el cabello, ¿eh? -Musitó. Dejó de correr a toda prisa cuando saltó el último tejado, para al fin recorrer el tramo de arena que lo conducía hacia la orilla donde había arrimado su barco. -Te sentó bien el cambio. Ahora eres toda una mujer.

Trepó de un solo salto a cubierta, donde la dejó finalmente con los pies sobre el suelo para que pudiesen ver mejor la cara del otro.

Bent sonrió satisfecho, mostrándole una sonrisa confiada y torcida.

-Y yo ahora soy todo un Vikingo- Finalizó con orgullo.

- No es necesario que lo repitas - comentó, algo pálida. Los ataques vikingos eran bastante típicos en esa zona, pero a Louise le aterraba eso. Especialmente porque si ellos descubrían que era una selkie... -. Ten cuidado, John - murmuró, antes de darse media vuelta y correr de regreso a su casa.

Como norma general del pueblo, se pedía que las casas tuvieran algún tipo de habitación oculta. De esa manera uno podría esconderse durante algún ataque pirata o vikingo, así como también guardar objetos de valor.

Louise se aferró con fuerza a la canasta que llevaba consigo. Allí tenía sus compras del día, al igual que el poco dinero que le había quedado. No le importaba tanto perderlas con tal de llegar a salvo a su casa, pero siempre le podrían servir de algo en caso de...

- ¡Hyaaa! - un chillido escapó de su boca cuando de pronto alguien la sujetó de la cintura y la colocó sobre su hombro. El movimiento había sido tan repentino que por un instante estuvo a punto de soltar su canasta, además de que había terminado algo mareada -. ¿Q-qué...? ¡Oye, bájame! - exigió, mientras que pataleaba y comenzaba a golpear la espalda de su captor con su puño libre.

Estaba tan alterada que ni siquiera se molestó en ver de quién se trataba. Sin embargo, por la ropa que llevaba puesta y la facilidad con la que saltaba de tejado en tejado, sabía que no era nadie del pueblo. Esto está mal. ¡Muy mal! chilló mentalmente, alterada. Su madre siempre le había dicho que se mantuviera alejada de los hombres, puesto que al ser una selkie era demasiado peligroso que se hicieran con su abrigo; de esa forma podrían tenerla bajo su poder, o incluso venderla como esclava.

Aún pese a sus constantes golpes, quejas y patadas, el chico no la soltó hasta que se encontraron sobre un barco. Louise estaba nerviosa, y hasta respiraba algo agitada a causa de todo el ajetreo que había hecho durante el trayecto.

- ¿Q-qué...? - empezó diciendo, confundida, mientras que retrocedía un par de pasos. El chico parecía ser de su edad, o incluso un par de años mayor, y su rostro se le hacía terriblemente familiar.

Sin embargo, no fue hasta que comentó eso último que su cabeza finalmente pudo reconocerlo.

- ¿Be-Bent? - balbuceó, sorprendida. Había cambiado mucho en esos años, a decir verdad. Estaba más alto, y tenía el cabello más largo que aquella vez. Además, Louise podía jurar que no tenía ese parche antes.

¡Este no es momento para pensar en eso! ¡Tienes que escapar! le recordó su vocecilla interna. No importaba si era Bent o el Rey de Oleuni, él era un vikingo. Uno de los bárbaros de los que tanto le habían advertido las mujeres de su tribu cuando era pequeña.

Dejando de lado aquel reencuentro sorpresa, la rubia rápidamente sacó una bolsita llena de pimienta que tenía dentro de su canasta. No dudó ni dos veces en tirársela a la cara al pelirrojo, así como tampoco dudó en dar media vuelta para salir corriendo de allí.

Primero intentó ir hacia dónde estaba la bajada del barco, pero pronto desistió al ver que los demás vikingos estaban regresando. Con un chillido, ella rápidamente regresó por sus pasos e intentó escabullirse por otro lado. Pero cada vez que encontraba una posible salida, también se topaba con algún bárbaro.

- ¡Esto tiene que ser una broma! - gritó, aterrada, antes de llegar al barandal del barco y subirse a esta.

Podía lanzarse al agua y transformarse rápidamente. A fin de cuentas llevaba su abrigo consigo, y de esa forma sería mucho más sencillo escapar.

Se sentía tan satisfecho con su hazaña de robarla en el menor tiempo posible, que bajó la guardia al creer que ya tenía a su presa bajo control.

Antes de poder darse cuenta de los planes de su cautiva, Louise le arrojó de súbito pimienta a la cara. Para cuando vio la nube oscura aproximarse hacia él ya era demasiado tarde; no pudo evadirla, y apenas consiguió cerrar parcialmente su ojo antes de que le entrase algo de la estela negra a este.

-¡Ung!- Se quejó cuando la pimienta lo cegó y tapó su respiración, con lo que empezó a estornudar y toser sin parar, mientras que se retorcía por el ardor en su ojo. -¡Maldita sea, Louise!- Farfulló, ahora enojado.

Intentó moverse rápido para capturarla, pero apenas dio un traspié que casi lo dejó en el suelo. El ardor en su ojo era tal que apenas podía abrir su párpado para intentar ver un poco, aunque el lagrimeo constante causado por la irritación entorpecía cualquier rastro de visión que pudiera quedarle.

Lo que lo salvó de perder a su presa fue el hecho de que los demás vikingos estaban regresando al barco. Unos cuántos cargando mujeres jóvenes y bellas que raptaban del pueblo, otros se llevaron botines de diversa índole; desde cofres de oro hasta joyas y cerámicas finas.

Cuando al fin consiguió tomar una bocanada profunda de aire puro, abrió sin miedo su ojo, y sin importarle que las lágrimas entorpecieran su visión, se lanzó de lleno contra la chica para jalarla del abrigo de regreso al barco, haciéndola caer de sentón en cubierta.

-Se acabó, deja de hacer tonterías- Incluso se le pasó la emoción inicial al ver que ella intentó escapársele, y sin mediar más palabra, le arrebató el abrigo en un rápido movimiento. -Parece que te volviste más amargada con los años- Bufó, quitándose con el pelaje de su abrigo el rastro de lágrimas que le quedaron del ataque de pimienta.

Louise había estado a punto de saltar. Había saboreado antes de tiempo la libertad, pero todo se acabó cuando la jalaron de regreso al barco. Ni siquiera alcanzó a detenerse o algo, simplemente cayó de sentón y no pudo hacer la gran cosa cuando el pelirrojo le quitó su abrigo.

Casi soltó un grito de terror cuando aquello ocurrió.

- ¡N-no te limpies la cara con él! - se quejó, antes de ponerse de pie con ayuda del barandal. Aún podía saltar, pero no podía dejarle su piel al otro -. Re-regrésame mi abrigo - exigió, tratando de sonar firme.

¿Él sabría qué era ella en realidad? ¿O simplemente le había quitado el abrigo por mero acto reflejo? La chica sudó frío, pero hizo lo posible por no demostrar lo angustiada que en realidad estaba. Si lo hacía, entonces Bent podría aprovecharse de todo eso.

Pero... ¿por qué apareció de pronto? se preguntó a sí misma. ¿Cuánto tiempo tenía desde su primer y único encuentro? ¿Más de 10 años? Si bien ella casi nunca estuvo en una sola zona por ese entonces, no volvieron a toparse en todo ese tiempo. ¿Por qué aparecía ahora, entonces? ¿Qué era lo que realmente quería?

- ¡Y ya para este juego! - frunció un poco el ceño -, ¿por qué de la nada vienes y me traes a este... lugar? - murmuró, mirando a su alrededor. Algunos vikingos se les quedaban viendo y murmuraban cosas que ella no alcanzó a escuchar -. Llévame de regreso al pueblo, o volveré a tirarte pimienta encima - advirtió, llevando su mano a la canasta que aún llevaba consigo.

Aunque esa amenaza no iba a poder realizarse, a decir verdad. Le había lanzado su única bolsa de pimienta antes, y ahora sólo tenía unas cuantas verduras y frutas. Pero él no sabía eso, así que podría aprovecharse de la situación y tratar de recuperar su prenda.

Bent se encogió de hombros con simpleza ante sus reclamos.

-Simplemente estaba de paso y recordé que aún tenía pendiente mostrarte lo que te prometí la última vez- Mintió. Es cierto que la encontró casi por casualidad, pero había estado planeando ese ataque durante mucho tiempo, y estaba absolutamente convencido de que la chica era una Selkie. Olía como una, y su olfato nunca lo traicionaba... por más tapado de pimienta que estuviese ahora.

El mismo sobresalto y terror que la había visto sentir cuando le quitó el abrigo, confirmaba por demás sus sospechas. Ese abrigo era todo lo que necesitaba para tenerla bajo su control, y claramente iba a aprovecharse de ello.

Sin perder su sonrisa maliciosa, se permitió relamerse levemente, al tiempo que algunos de sus compañeros comenzaban a rodearlos para mirar a la chica.

Usualmente Bent simplemente bajaba al calabozo del barco a escoger a las chicas que quería antes de que los demás les pusieran las manos encima, pero en esta ocasión parecía haberse encaprichado fuertemente con la que se había llevado él mismo.

-Ahh, qué mal~- Fingió un tono temeroso ante su amenaza. -Supongo que tendré que sonarme los mocos en tu abrigo si me vuelves a tirar pimienta. Pero si quieres irte, adelante, no soy nadie para retenerte~- Se dio media vuelta y se colgó el abrigo al hombro. -Eso sí, me quedaré con esto como compensación- Sonrió de lado y volteó su rostro parcialmente para mirarla con goce, antes de ingresar al interior del barco, a sabiendas de que la otra ya no iba a moverse a ningún lado.

La chica comenzó a temblar no sólo por el frío, sino por el creciente pavor que estaba sintiendo dentro de ella. Todos los vikingos se veían aterradores, aunque posiblemente ella sólo se lo estaba imaginando a causa de la poca luz solar que aún quedaba. Sabía que llegados a ese punto ella ya no podría escapar.

Aún podía lanzarse al agua, pero sin su abrigo no podría transformarse, y por ende terminaría congelada. Y, aún si lograba salvarse de una hipotermia, sólo sería cuestión de tiempo antes de que muriera. Su madre siempre le había dicho que si una selkie pasaba años sin transformarse, entonces su cuerpo se volvería de espuma.

Tenía que recuperarlo sin importar qué.

- ¡E-espera! - le llamó, antes de seguirlo. Pasó entre los otros vikingos tan rápido como pudo, temiendo que estos pudieran hacerle algo.

Logró alcanzarlo en poco tiempo, y aunque en un principio se encargó de mirar a sus alrededores, queriendo memorizarse cada rincón del barco, pronto pasó a cerrarle el paso al pelirrojo. Tenía que aprovechar ahora que seguían cerca del pueblo, o luego le costaría mucho regresar.

- Espera, Bent - pidió, con la angustia presente en su voz -. Tú no sabes lo importante que es eso para mí - miró de reojo su abrigo -. Sa... sabes l-lo que soy, ¿no? Ese abrigo es mi vida. Sin él no podré regresar al mar - empezó diciendo, queriendo que él entrara en razón.

Hace diez años, cuando se habían conocido, Bent había sido un niño bastante amigable pese a todo. Incluso ella había llegado a considerarlo un amigo, aún si pasaron poco tiempos juntos; por ese motivo esperaba que él comprendiera la situación y se apiadara de ella.

- Dame mi abrigo, por favor... - suplicó, casi desesperada.

Una vez en el interior del pasillo por el que se ingresaba a la parte cerrada, Bent volteó a verla, teniendo ahora más privacidad.

Todas las campanitas se agitaron en su cabeza en señal de bingo, al haber atinado con tanta precisión en su plan, y escuchó a la temerosa muchacha rogarle por su abrigo.

Debía admitir que se veía adorable de esa manera, tan temblorosa y encogida como un pequeño conejito acorralado por el lobo feroz. Con esa piel en sus manos incluso podía obligarla a hacer lo que se le viniera en gana; las posibilidades eran infinitas, y su mente no dejaba de maquinar todas las cosas que la haría hacer como su nueva esclava.

-Hmm...- Fingió que se lo pensaba por un momento, como si no estuviese decidido a llevársela. Y de haber sido cosa de un día, probablemente la hubiese dejado ir, pero esto llevaba planificándolo con tiempo, y había escogido ese pueblo únicamente por ella.

No iba a soltar su trofeo por nada del mundo.

-De acuerdo- Contestó con simpleza, de forma inesperada. Aunque antes de que las esperanzas de la chica se elevasen más de la cuenta, volvió a mostrar su sonrisa confiada antes de añadir la nueva cláusula. -Te la devolveré cuando me aburra de tenerte como esclava.

Sin mediar más palabra ni dedicarle una mísera mirada de compasión, se dio media vuelta para seguir su camino escaleras abajo en el barco, para así poder ingresar a su habitación, la cual era la más grande y la mejor acomodada de toda la nave.

Al verlo meditar una respuesta, Louise sintió algo de esperanzas. Tal vez, a fin de cuentas, Bent no era tan malo como aparentaba. Y, sólo tal vez, se apiadaría de ella y le regresaría su abrigo. Incluso comenzó a sonreír cuando él aceptó su pedido...

... pero tan pronto como esta apareció, se esfumó.

- ¿E-esclava...? - el color incluso había desaparecido de su rostro. Quiso volver a rogarle, pero él ni siquiera le permitió hacer eso; simplemente se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia quién sabe donde.

Por un momento, la chica sintió que le temblaban las piernas y que el aire le hacía falta. La peor cosa que le podía pasar a una de su especie le estaba ocurriendo a ella, y lo peor de todo es que el causante de eso era alguien en el que ella había confiado alguna vez.

Tu madre te lo advirtió, ¿no? se dijo a sí misma, mientras que se llevaba una mano al pecho. Una parte de ella quería llorar por la rabia y el miedo, pero la otra quería ir a golpear al pelirrojo hasta desquitarse. Pero no podía hacer eso, no mientras él tuviera su abrigo. No quería arriesgarse a que él lo destruyera, porque entonces nada de eso habría valido la pena.

Aún tienes chance de escapar trató de pensar racionalmente, pese al miedo Trata de ganarte su confianza por ahora, finge que serás su esclava. Y cuando duerma, buscarás tu abrigo y te irás pronto de allí.

Con ese pensamiento rondando su cabeza, la rubia se encaminó hacia la habitación a la que había entrado el otro.

Le sorprendió un poco lo grande que ésta era, además de todo lo que tenía allí. Habían desde joyas hasta gruesos abrigos de lujo. No creía que un simple tripulante pudiese tener un cuarto como ese, por lo que miró con cierto asombro al pelirrojo.

- ¿E... eres el Capitán? - quiso saber, dejando su pánico por unos instantes. Ella lo recordaba como un niño bastante debilucho, por lo que eso realmente la había tomado por sorpresa.

Bent fue a preparar algunas cuántas "sorpresitas" que tenía guardadas en su cuarto, cuando oyó la pregunta de su nueva esclava. Se giró apenas un poco para sonreír satisfecho ante su pregunta.

-¿Recién ahora te das cuenta?~- Aquello era lo que más le enorgullecía. Había pasado de ser un niño debilucho y miedoso, a un formidable y fuerte capitán de un grupo de vikingos...

Aunque no le gustaba jactarse de cómo había obtenido ese puesto... Bent en realidad pudo convertirse en capitán gracias a tener el estigma de ser el hijo de Goen, y los que continuaron con él a pesar de todo fue para mantener el folklore de su legado.

-Te lo dije apenas te traje, ahora soy todo un vikingo digno de ese título- Extendió sus brazos para señalar con un ademán satisfecho el resto de su cuarto, símbolo indiscutible de su estatus. -Todo lo que ves aquí son trofeos de mis tantas batallas ganadas.

Pieles de animales peligrosísimos en el piso, usadas de alfombra. Incluso la piel de un oso de gran tamaño era el acolchado que cubría la cama. Joyas no faltaban en ese cuarto, tenía hasta una corona muy lujosa que vaya a saber a quién se la había robado, junto con otro montón de sedas finas y bien decoradas que hurtó nada más para presumir que se llevó algo de valor.

-Ahora tú también formarás parte de esa colección, así que te quedarás en mi cuarto- Decretó, y para asegurarse de que la chica no se iría a ninguna parte, sujetó uno de sus brazos y la aprisionó por la muñeca a uno de los grilletes que tenía en la pared. -Tú eres una esclava especial, así que te permitiré quedarte aquí en mi cuarto en vez de enviarte a las mazmorras.

En las mazmorras de las profundidades del barco era donde guardaban a las esclavas. Mujer que entraba allí, era una mujer a la que sólo le esperaba un ciclo interminable de violaciones por parte de toda la tripulación. Incluso muchas veces continuaban violándolas tras dejarlas embarazadas, aunque lo normal cuando aquello ocurría era llevarlas a la tribu en tierra firme para permitirles culminar con el embarazo y aportar nuevos guerreros al clan.

-Yo iré a guardar esto a un lugar seguro- Se jactó, mostrándole de nuevo su abrigo. -Descuida, no le pasará nada~- Aseguró, con toda la tranquilidad del mundo. -Lo dejaré en un sitio en el que no pueda ni dañarse ni llenarse de hongos, así que se conservará bien.

Y tras dejarla encadenada en el cuarto, salió para guardar la preciada piel en un sitio donde la chica no pudiese encontrarla. La guardaría en un sitio más seguro en cuanto llegasen a su tribu en tierra, donde allí tenía su propio hogar, al cual nadie podía entrar sin su permiso, ni cuando él se encontraba ausente.

La chica miró a su alrededor, sin mucho interés tras la explicación del otro. Bien se decía que cuando uno tenía más cosas, más traumas o inseguridades escondía; y, por la cantidad de cosas que Bent tenía allí, la rubia pensó que él realmente tenía serios problemas.

- Estaba mucho mejor el Bent que yo conocí... - refunfuñó en voz baja, aún molesta por todo lo que había pasado sólo unos segundos atrás.

Ella había imaginado su reencuentro de otra manera, a decir verdad. Extrañaba al niño juguetón que había conocido hacía años, no al idiota con complejo de Rey que tenía ahora frente suyo. En esos momentos realmente se arrepentía de haberle dicho algo como "espero que nos volvamos a ver"...

Un chillido escapó de sus labios cuando el otro la sujetó de improviso, y para antes de que ella pudiera soltarse o algo, ya tenía un grueso grillete alrededor de su muñeca. Eso le hizo perder nuevamente el color de sus mejillas. ¡¿Y ahora cómo se supone que voy a escapar de aquí...?!

- ¡Yo no soy ninguna clase de trofeo, idiota! - explotó al fin, realmente molesta. Tiró con fuerza de su brazo, pero la cadena no se soltaría tan fácil de la pared. Louise comenzó a pensar que el otro realmente había preparado todo eso para mantenerla prisionera -. ¿Q-qué...? ¡No te lo lleves! - suplicó, pero fue demasiado tarde. El otro ya había había salido de la habitación.

Su primera reacción fue seguirlo, no queriendo perder de vista su abrigo, pero la cadena la detuvo mucho antes de llegar a la puerta. Era larga por un par de metros, apenas lo suficientes como para que pudiera andar por el cuarto sin muchas molestias.

Con un sollozo ahogado, Louise no tuvo otra opción más que rendirse. Se dejó caer de rodillas sobre la alfombra de piel que el otro tenía, antes de flexionar sus piernas para poder esconder su rostro contra estas. Permitió que algunas lágrimas escaparan de sus ojos, pero de todas formas se reprimió un poco. No iba a llorar ni a rebajarse sólo para complacer los caprichos de ese idiota.

- Tengo que pensar en una manera de salir de aquí... - se dijo a sí misma, antes de secarse el rostro con las mangas de su vestido. No iba a quedarse en ese lugar mucho tiempo, ¡a saber qué tanto le iban a hacer! Las selkies se su tribu le habían dicho que los bárbaros eran lo peor que podían existir, y que no descansarían hasta que su presa muriera.

Con el pánico creciendo dentro de ella, Louise se revolvió un poco el cabello... y fue allí que lo notó.

Tiró apenas de la pequeña horquilla que tenía entre sus hebras, la cual se desprendió con facilidad. Una sonrisa comenzó a crecer en su rostro, antes de ponerse a actuar. Introdujo los pequeños palitos de metal dentro de la cerradura, esperando que esta cediera.

En su casa tenía un cajón con una cerradura vieja y desgastada. Tenía su maña para abrirse, así que ella había tenido que aprender a usar horquillas o cosas diminutas para poder abrirlo. Además, la cerradura de un grillete vikingo no tendría que ser muy difícil, ¿cierto...?

Sintió un escalofrío recorrer su espalda cuando escuchó un sonido de pisadas en dirección al cuarto. Rápidamente volvió a ocultar la horquilla en su cabello, y simplemente fingió que nada había ocurrido. Era su último chance, y no podía dejar que el otro la descubriera.

Bent recorrió un largo tramo poco visible en la nave. Era un sitio muy estrecho y lleno de polvo, ya que nadie pasaba. No era más que un pequeño rincón que había quedado de casualidad en medio del muro que los separaba del exterior y otra de las estancias de la nave, además de que no cualquiera podía pasar. Él sí podía porque a pesar de todo, era delgado... En cambio, los otros vikingos tan corpulentos no podrían deslizarse por ese pasaje.

Allí al fondo levantó una tabla de madera suelta del suelo, donde tenía su "escondite especial" de cosas que robaba y que no quería que los demás viesen. El abrigo de piel entró perfectamente en el compartimento, y lo mejor era que al bajar la tabla, no quedaban ni señales del depósito secreto. Hasta podía confundirse con el resto del piso si no se tenía buena memoria para hallarla, así que no podía haber un sitio más seguro e impensable que aquél para guardar algo valioso.

Satisfecho ante su logro, Bent se deslizó fuera del pasaje, con intenciones de regresar hacia donde había dejado a su nueva presa. Pero uno de sus subordinados lo interceptó en el pasillo antes de siquiera llegar cerca de su cuarto.

-Jefe- El hombre corpulento y de barba colorada le hizo señas para que se aproximara, a lo que el aludido accedió. -¿Cuánto tiempo va a demorar en elegir a sus esclavas? Las cosas ahí abajo se están poniendo calientes y ya queremos empezar.

-Hmm- Bent suspiró un poco. Era cierto que todavía tenía que ir a escoger a las chicas que quería. Después de todo, nadie podía empezar a darse el festín hasta que el Capitán hacía su selección de doncellas. Pero ahora quería disfrutar con Louise; no había presa más apetitosa para hincarle el diente. -¿Cuántas chicas son vírgenes de las que capturaron?

-Once, señor- Contestó el vikingo, mientras que lo invitaba con un ademán a pasar a las mazmorras para que echase al menos una mirada. -Hay otras cinco que ya confirmamos que no lo son.

Bent se asomó a la parte baja, y desde lo alto de las escaleras pudo ver a unas cuántas chicas colgadas con cadenas y amarradas en posiciones sumamente reveladoras. Los que no podían aguantar se desquitaban obligándolas a practicarles sexo oral a algunas, ya que con eso no les arrebatarían la virginidad.

-Las que están del lado izquierdo son las vírgenes- Señaló el tripulante. A esas casi no las habían tocado, sólo dos estaban ocupadas siendo objeto de felaciones y masturbaciones para los más desesperados.

-Entonces vayan cogiéndose a las que no lo son- Bent señaló con un simple ademán de cabeza hacia el reducido grupito de chicas que ya estaban siendo toqueteadas con mucho más descaro que las otras.

-Pero señor, sólo son cinco...

-¿Y cuál es el problema?- El capitán se encogió de hombros con simpleza. -Tienen tres agujeros por chica. Incluso pueden caber dos penes más en sus orificios de abajo. Yo vendré en un rato a escoger a las que quiero, así que luego podrán darse el festín con las vírgenes que sobren.

El vikingo entonces elevó su brazo en señal de aprobación para las del lado derecho, y en cuestión de instantes toda la jauría de hombres ansiosos se abalanzaron sobre las aterradas chicas, quienes serían ultrajadas de todas las formas posibles hasta que al pelirrojo se le antojase volver a pasarse por allí.

Sin más preámbulos, Bent regresó tranquilamente hacia su cuarto, sabiendo que ya ahora todos estarían ocupados peleándose por ver quién penetraba primero a las prisioneras.

-Listo~- Entró a su alcoba y cerró con una sonrisa satisfecha la puerta, contento de encontrar a su cautiva tal y como la dejó.- Ahora que terminé con ese asunto, podemos empezar~- Su mirada se fue haciendo más lujuriosa a medida que se acercaba y la miraba. Ya era de él, ese cuerpo le pertenecía, y podía hacer con ella lo que se le viniera en gana. -Sí que te han crecido los pechos en estos años, Louise~

Se detuvo justo antes de pararse frente a ella.

-Quítate la ropa- Ordenó sin más rodeos. Estaba ansioso, y no iba a esperar más.

Se mordió una uña, nerviosa. Los pasos se habían detenido antes de siquiera acercarse, y la chica realmente dudaba de volver a sacar la horquilla para retomar su intento de escape. Aunque ahora que se lo pensaba mejor... ¿qué haría cuando escapara? Primero tendría que buscar su abrigo, y ya a estas alturas no sabía dónde lo había dejado el otro. Luego tendría que ver dónde estaba la salida... y asegurarse de que ningún otro tripulante la viera.

Los otros vikingos eran hombres corpulentos y extremadamente imponentes. Parecía que incluso podían arrancar un árbol desde la raíz, y bueno... ella no era precisamente una luchadora que pudiera ponerse a la par de ellos. Había desarrollado algo de fuerza al levantar cajas de frutas o costales de harina, pero no se comparaba en nada a la de un bárbaro.

Tendría que realizar su plan paso por paso. ¿Qué importaba ya si se alejaban del pueblo? Bent ya sabía que vivía en Mynydd, muy seguramente sería el primer lugar al que iría a buscarla. Tendría que volver a vivir en el mar, o en todo caso, trasladarse al Reino de Dywyll...

La voz del pelirrojo la sacó de sus pensamientos, y Louise no pudo evitar mirarlo con cierta molestia cuando ingresó a la habitación. Si no fuera porque estaban en un barco lleno de vikingos, muy seguramente habría agarrado la cosa más pesada y contundente que tuviera cerca para golpearlo con esta.

- Hnngh... - soltó un pequeño quejido ante su comentario respecto a su cuerpo, mientras que sus brazos trataban de ocultar a sus pechos. Ella sabía bastante bien que su cuerpo se había desarrollado mucho desde que era pequeña, pero que él lo recalcara le avergonzaba bastante.

Las selkies de una forma u otra eran animales, y no era raro que muchas tuviesen un busto demasiado prominente. De esa forma se aseguraba que el bebé tendría la leche suficiente como para crecer saludable, fuese varón o no; e incluso su cuerpo era capaz de amamantar en ciertas épocas del celo, así una podría fungir como nodriza en caso de que el bebé hubiese perdido a su madre. Esa era la forma en la que su especie sobrevivía.

Y en esos momentos, ella realmente odiaba eso.

- ¡N-no voy a quitarme la ropa! - se rehusó, con las mejillas encendidas. Sintió el pudor invadiendo su cuerpo, y por mero instinto se apartó del otro -. No ha-haré ese tipo de... cosas contigo - aclaró, seria.

Louise siempre había creído que terminaría teniendo relaciones sexuales con el hombre que fuese su esposo, no con el primer tipo que la había raptado y ahora la mantenía prisionera en su habitación. Y sabía que, por mucho que ella se negara, él igual la forzaría... pero por nada del mundo dejaría su orgullo de lado. Lucharía hasta el final, sin importar si terminaba muerta.

- Si tanto quieres hacerlo con alguien, ¿por qué mejor no te buscas a otra y me dejas a mí en paz? Yo no pretendo ser parte de tu "colección" ni nada de eso - espetó, tomando algo de valentía para decir todo eso.

Bent se rió con ganas ante su negativa, sin dejar de lado la burla maliciosa en sus carcajadas. Cuando volvió a mirarla, su sonrisa mostraba una completa satisfacción... Quizá no se debía simplemente al hecho de saber que la tenía bajo su control absoluto, sino que le divertía bastante que hubiese encontrado a una mujer con las suficientes agallas como para refutarle en una situación como esa.

Y eso sólo aumentaba su líbido... Disfrutaría mucho más arrebatarle la virginidad ahora que se estaba resistiendo. Ya podía imaginar la resignación de su esclava en cuanto cayera en cuenta de que no tenía otra alternativa que abrir las piernas y dejarlo destrozar su intimidad.

-Parece que no te has dado cuenta de la situación en la que estás, Lou~- Musitó, antes de relamerse y mirarla de forma hambrienta. Tal y como lo supuso, Louise no era una chica ordinaria; y ella no iba a decepcionarlo. Intentar cogérsela iba a ser toda una aventura.

Terminó de acortar la distancia que los separaba, y una vez la tuvo frente a frente, la sujetó de una de sus muñecas para arrojarla sobre la cama. Aquello desharía su posición defensiva, y Bent aprovechó el justo instante de confusión de la chica para desgarrar su vestido en la parte del pecho.

Ver el rebote de sus suaves y apetecibles senos cuando quedaron al descubierto, fue suficiente para aumentar la excitación y el calor que ya sentía en el cuerpo.

-Vas a ser mía quieras o no- Decretó el vikingo, mientras que se subía a la cama para quedar sobre ella y acorralarla con su cuerpo. -Ya te convertiste en mi esclava desde el momento en el que te atrapé en el pueblo...- Su mano descarada comenzó a acariciar sin pudor alguno su pierna, para así colar su mano por debajo del vestido y correr la tela, exponiendo así sus muslos.

Bent saboreaba cada momento, especialmente al descubrir que tocara donde tocara, la piel de la chica era tremendamente suave y tersa. Terminó de arrancarle el vestido de forma salvaje hasta desnudarla, incluyendo la escasa ropa interior que traía, para así exponerla por completo y contemplar con sus propios ojos el cuerpo de la selkie.

Contrario a muchas de las esclavas, Louise poseía un cuerpo privilegiado. No sólo el tacto de su piel era suave y apetecible, sino que además su piel se mantenía completamente uniforme por todo su cuerpo, como si el sol no hubiese hecho estragos al marcar demás una parte por sobre otra. No tenía estrías ni cicatrices... Ciertamente, era el cuerpo femenino más perfecto que había contemplado jamás.

Y lo que más disfrutaba era el hecho de tenerla servida sobre la mesa para hincarle el diente cuando él quisiera.

-Ahora este bonito cuerpo que tienes es de mi propiedad...- Se jactó, mientras que pasaba su mano por uno de sus muslos y apretaba un poco cada tanto para sentir la suavidad de sus carnes.

Sin previo aviso, acabó por abalanzarse sobre ella como un león sobre su presa, para así poder morder levemente su cuello y encerrarla más entre su cuerpo y la cama. Sus manos abandonaron el recorrido lento y detallado, para ir a atacar directamente sus pechos, los cuales estrujó hasta enterrar en ellos sus dedos, para jugar con la suavidad de estos. Además de ser enormes, eran blandos como dos montículos de algodón; y se divirtió examinando la anatomía de sus grandes senos al moverlos de un lado a otro con cierta brusquedad.

-Aunque si quieres seguir resistiéndote, adelante~- Se despegó de su cuello para mirarla a los ojos. Ya había dejado la marca roja sobre su piel que la identificaba como algo de su propiedad. -Será más entretenido desgarrar tu coño de esa manera.

Las carcajadas de él no hicieron más que enfurecerla más. Literalmente se burlaba de ella y de su nula capacidad de combate. Si tan sólo fuese un Caballero o algo, habría podido pelear fácilmente con él y escapado mucho antes de que todo eso se complicara.

Sin embargo, el "apodo" que le puso la descolocó un poco. Tenía años que nadie la llamaba así, y recordaba vagamente que cuando eran niños, Bent solía acortar su nombre de esa manera. Un leve rubor apareció en sus mejillas por unos instantes, ya que pronto el otro la sujetó con brusquedad de la muñeca para lanzarla a la cama, como si se tratara de un simple objeto.

Aquel movimiento rápido le hizo bajar sus defensas, y para cuando ya se había dado cuenta, el pelirrojo le arrancó la parte superior de su vestido, exponiendo de esa forma sus pechos. Un grito escapó de su garganta, y lo primero que atinó a hacer fue cubrirse con sus brazos para evitar que el otro pudiera mirar su busto desnudo.

- ¡Yo no soy tu esclava! - insistió, cada vez más molesta. Un escalofrío la recorrió de pies a cabeza cuando notó la mano de él acariciando su muslo, y el pánico de su interior se intensificó como nunca.

Gritó y pataleó, aunque poco pudo hacer cuando él comenzó a arrancarle la ropa de forma salvaje, como si se tratara de un regalo envuelto. Trató de arañarlo o golpearlo, aunque para hacerlo tuvo que destapar sus pechos; pero bueno, en esos instantes le preocupaba más sacárselo de encima que el evitar que la viese desnuda. Nunca antes se había expuesto de esa manera ante un hombre, ¡ni mucho menos había dejado que uno la tocara de esa forma tan depravada!

- ¡Deja de tocarme, animal! - espetó, arañando su cuello, aunque sin mucho efecto. Como panadera, no podía permitirse el tener las uñas largas, ya que de lo contrario terminarían muy sucias. Por ese motivo es que a duras penas la piel del otro se irritaba, aunque a ella le hubiera encantado hacerle un corte profundo en esos instantes.

Chilló en cuanto él se lanzó como ella, como un animal salvaje cazando a su presa. Se retorció bajo su agarre y tiró con fuerza de su cabello, queriendo despegar sus labios de su cuello. Su cuerpo, a fin de cuentas, comenzaba a reaccionar por las tantas "caricias" del pelirrojo, y eso era algo que Louise no quería. No deseaba que él fuese el que le provocara suspiros, o que incluso le hiciera estremecer.

Comenzaba a sentirse realmente asqueada de todo eso, especialmente cuando las manos de Bent comenzaron a jugar con sus pechos como si se trataran de dos bolsas con agua.

Sin embargo, su última amenaza fue la gota que rebasó el vaso. Ella no permitiría que siguiera haciendo lo que quisiera con su cuerpo, y le iba a demostrar que no sería una "víctima" fácil. Fue por ello que, sin previo aviso, le metió un puñetazo con su mano libre en un intento por alejarlo de ella.

- Ya quiero ver que lo intentes - gruñó, sin dejar de empujarlo con sus piernas y su otro brazo -. ¡Voy a arrancarte el otro ojo si te atreves a hacerme algo! - amenazó.

La verdad es que no se creía capaz de hacer algo tan violento como eso... pero si no hacía nada, el otro la violaría. Y entonces, ¿qué seguiría? ¿La obligaría a mantener relaciones con los otros tripulantes hasta que quedara embarazada, o muerta? Prefería morir de otra forma antes que dejar que su cuerpo fuese ultrajado de esa manera.

El puñetazo lo tomó por sorpresa, e incluso se separó un poco del cuerpo de la chica para llevarse una mano a la cara, comprobando así que aquél cosquilleo caliente que sentía era sangre que le bajaba de su nariz.

Bent se mantuvo un rato en silencio mirando su sangre, pero en seguida comenzó a reír como si aquello fuese la cosa más divertida del mundo.

-Ohh, yo sabía que hice lo correcto en escogerte a ti- Se limpió el resto de la sangre con el dorso de su mano, y sin hacer caso a las amenazas de la chica, la sujetó de las muñecas para atarla a unos grilletes que tenía en la cabecera de la cama, teniendo que ajustar únicamente la cadena que ya mantenía aprisionado uno de sus brazos. -Realmente es más divertido tocar a una mujer que se resiste, ya comenzaba a aburrirme de las que simplemente se dejan hacer cualquier cosa a la primera.

Para impedirle la movilidad en las piernas y hacer que dejase de patearlo, estiró el brazo para alcanzar unos grilletes que colgaban del techo. Los primeros anillos los ató a sus tobillos, para evitar que siguiese intentando agredirlo. Aquellos meramente le impedirían cerrar las piernas. Y luego procedió a colocar otros más gruesos debajo de sus rodillas, que eran los encargados de elevar sus piernas para hacerla levantar sus caderas, exponiéndola mejor.

El largo de las cadenas la obligaba a mantener sus piernas abiertas en su totalidad, y al estar colgada de la parte inferior, el vikingo podía gozar de una vista plena de su sexo. Por más que ella lo intentara, no iba a poder cerrar las piernas ni un milímetro; con lo expuesta que la había dejado, dudaba que incluso pudiese moverse un poco.

-Intenta resistirte ahora, anda~- Se mofó con gran satisfacción, en lo que su nariz dejaba de sangrar por el golpe. -Quiero ver qué puedes hacer en ese estado.

Bent se relamió para gozar el momento, sin dejar de mirar con completa lujuria el cuerpo apetitoso que aprisionó sobre su cama. Podía empezar por sus pechos, o hacer lo que quisiera con su intimidad; no había nada que pudiese taparla ni evitar que la tocase.

-Sí que creciste bien~ tienes un cuerpo tan espectacular que me dan ganas de follarte hasta que te desmayes~- La "halagó", mirando especialmente sus pechos y la joya que se situaba entre sus piernas. Toda ella era hermosa, con una piel tersa y lampiña, que lo incitaba a recorrerla hasta el último centímetro con la lengua.

¿Pero por dónde empezar? Mirase por donde mirase, cualquiera parecía ser un buen lugar, se le hacía absolutamente apetecible. Podía chupar sus rozados y erectos pezones, mientras que se deleitaba jugando con sus pechos enormes... Podía también entretenerse con su intimidad al tocarla y meterle cuanta cosa quisiera dentro, aprovechando que ella no se podía mover. O también podía dedicarse a dejar marcas rojas por toda su piel antes de darse el festín con su sexo.

Se apartó rápidamente de Bent cuando se alejó de ella a causa de su puñetazo. Debido a que estaba debajo de él no podría salir fácilmente, pero al menos de esa forma le había demostrado que ella no iba a dejarse tocar tan fácilmente. Incluso pensó en volver a golpearlo, pero pareciera que el otro estaba un paso delante de ella.

Para antes de que Louise se diera cuenta, su otra mano estaba atrapada por otro grillete; y la cadena del otro ahora se había vuelto más corta por algo que el pelirrojo había hecho. Gritó nuevamente, e intentó patearlo esta vez en la entrepierna, pero pronto él también amarró de las piernas... aunque de una forma que la dejaba totalmente expuesta.

- ¡De-desátame! - exigió, mientras que tiraba de sus extremidades en un intento por liberarse. Obviamente las cadenas no cedieron ni un milímetro, y lo único que logró fue que su rostro se pusiera rojo por el esfuerzo y la vergüenza.

Gruñó un poco ante sus burlas, y deseó realmente tener una "habilidad especial" en esos momentos, con la cual podría romper las cadenas y liberarse de una vez por todas. Lo único que podía hacer ahora era simplemente seguir tirando de sus brazos y piernas, esperando por algún tipo de milagro.

- E-eres un imbécil - espetó, con la respiración algo agitada a causa de todo el esfuerzo que estaba haciendo. Sentía bastante frío al estar desnuda, por lo que tenía la piel de gallina y, para su desgracia, los pezones erectos. Por no hablar de que prácticamente estaba abierta de piernas y el otro podría hacerle lo que quisiera a su intimidad... - ¡Juro que te meteré una ardilla por el culo cuando logre escapar! - siseó.

No era el único que podía usar las debilidades del otro a su favor. Recordaba que Bent le había tenido pánico a las ardillas cuando eran niños, y aún si se trataba de un "vikingo fuerte y poderoso", seguramente su trauma persistía.

- ¡O mejor aún, te encadenaré a un cuarto lleno de ellas! A ver si te gusta - entrecerró los ojos, bastante furiosa. A fin de cuentas era lo único que podía hacer por el momento, ya que al estar atada no podía seguir golpeándolo o arañándolo.

Pero en cuanto me suelte... Louise ya le había echado el ojo a un trofeo que el otro tenía en su habitación, y el cual cabría perfectamente en su entrada trasera. No sería una ardilla, pero sería la única forma de vengarse por el momento. ¿Qué importaba ya si le hacía algo a su abrigo? Él iba a violarla; su cuerpo iba a ser ultrajado de la peor forma. Y no iba a soportar ese infierno por el resto de su vida, así que si iba a morir, al menos no se iría sin antes hacerle algo al otro.

La amenaza de la ardilla fue suficiente para turbar la sonrisa que tenía en el rostro, e incluso su cuerpo entero sufrió un gélido escalofrío de sólo hacerse la idea. No era ningún secreto que Bent le tenía fobia a las ardillas; sin embargo, sus subordinados simplemente optaron por ignorar ese insólito detalle para centrarse en sus cualidades como líder, así que el tema de los roedores pasaba inadvertido en el barco; ni había algún motivo para sacar el tema, ni tampoco era relevante para el resto.

Un pequeño tic afloró en una de sus cejas, y con la sonrisa forzada, intentó reponerse de la imagen mental que le vino.

-V-vamos, Lou... No es necesario que me amenaces- El dragón consiguió retornar a sus aires de confianza y superioridad tras volver a centrarse en el apetecible cuerpo de la chica. -Además, te aseguro que me agradecerás cuando te haga chillar de placer~

Sus manos finalmente recorrieron sin pudor alguno el cuerpo de su cautiva, ahora sin la intervención que ella le suponía cuando intentaba golpearlo o alejarse. No había ningún sitio a dónde huir ni ningún modo en el que pudiera taparse, así que incluso cuando acarició con dos de sus dedos sus labios superiores, no tuvo inconveniente alguno para deleitarse en ello.

Inclinó un poco su rostro contra ella hasta prácticamente pegarlo contra su sexo, donde aspiró profundamente.

-Hmm...- Musitó, mostrándose bastante complacido. -Hueles muy bien aquí, Lou~ te higienizas bastante seguido, ¿no?- El aroma que percibía de ella aún mantenía la fragancia del jabón que habría usado para el baño, algo muy difícil de encontrar en las chicas que traían, las cuales se echaban a perder en menos de un día.

Tras enderezarse de nuevo, introdujo hasta la mitad su dedo índice en la entrada de la chica, la cual de inmediato sintió estrecharse todavía más al rededor de su falange. Y aquello lo hizo sonreír con una notoria satisfacción.

-Mientras tú estás ocupada queriendo resistirte, tu coño se ve muy alegre de recibirme... Mira cómo se contrae y comprime mi dedo~ Hasta intenta jalarlo más adentro para sentirlo mejor.- Su mirada cargada de lujuria volvió a encontrarse con los ojos de la chica. -Está pidiendo a gritos que lo penetren con algo más largo y contundente.

Tras realizar esa pequeña prueba, el vikingo decidió retirar su dedo, para así poder colocarse a gatas sobre ella y acomodarse de mejor manera para contemplarla en su totalidad. Ahora que obtuvo ese recibimiento tan grato entre sus piernas, optó por meter sin más miramientos todo su dedo medio, para iniciar así con un vaivén moderado por el momento.

Sintió el interior de la chica comprimirse más, e incluso la humedad se hacía cada vez más presente en el sexo ardiente de la selkie.

-¿Oyes ese ruido?- Bent sonrió de lado, con total satisfacción, en lo que llevaba su otra mano hacia uno de sus senos para estrujarlo y manosearlo sin ninguna delicadeza. -Ese sonido sucio que hace tu vagina es la prueba indiscutible de que le encanta estar siendo penetrada.- Rió un poco al ver que los estímulos estaban funcionando de maravilla, y de un momento a otro su dedo comenzó a moverse de forma impredecible.

El aburrido vaivén de meter y sacar se transformó de pronto en un movimiento más brusco y circular. No sólo lo introducía y extraía con fuerza, sino que además hundía su dedo en las profundidades viscosas de su sexo, y revolvía allí adentro para arrancar más chasquidos viscosos y gemidos. Frotó incluso algunos tramos de sus paredes con la yema de su dedo, buscando hacerle sentir el placer de ser explorada en aquella zona virgen.

-La verdad es que por más que lo niegues, te encanta sentir cómo tu cuerpo es violado~- La mano que se mantenía jugando con su pecho, pellizcó y jaló con brusquedad de su pezón. -O de lo contrario no estaría teniendo tan buen recibimiento. Mira lo mojada que estás...

Jugó con su pecho del modo que quiso. Mantuvo su pezón apretado y lo estuvo jalando para todos lados, mientras miraba con fascinación el movimiento de su seno.

Ya la tenía donde quería. Por mucho que ella lo amenazara, no iba a poder hacer nada para ocultar las reacciones de su cuerpo.

-Vaya pervertida~- Se mofó, soltando una risa burlesca. -Nunca vi a ninguna mujer mojarse de esta manera ni gemir así en tu situación...- Aprovechó ese preciso instante para inclinarse contra su otro pecho y comenzar a succionar de este con fuerza, para así cubrir todas sus zonas más sensibles.

La intimidad de la chica ya estaba tan mojada que ni necesitaba hacer el gran movimiento con su dedo para hacer audible el chasquido que facilitaban sus flujos, y sus pechos eran una maravilla de primera, como para pasar chupándolos y jugando con estos todo el día.

- ¡Yo no voy a agradecerte nada, idiota! - gruñó, aunque por dentro algo en su cabeza dijo "bingo". Al parecer sus suposiciones no estaban erróneas, y él seguía teniéndole miedo a las ardillas. Ahora el problema era que Louise no sabía cómo podría aprovechar eso para vengarse un poco, puesto que en el cuarto no había nada que se asemejara al cuerpo de esos roedores...

Un escalofrío recorrió su cuerpo cuando notó las manos de él acariciándole. Por mera reacción sus mejillas se colorearon levemente, y no pudo evitar temblar cuando Bent la acarició de esa forma. Si bien de niños él nunca la había tocado así, sí habían llegado a tomarse de las manos para no perderse en el bosque, y ahora ella era capaz de darse cuenta sobre la diferencia que había en su tacto. Sus manos eran bastante grandes y varoniles, además de que se sentía a la perfección las imperfecciones que él tenía en ellas por todas las batallas a las que seguramente se había enfrentado.

¡No te distraigas con eso! chilló una voz dentro de ella, y siguió tirando de sus brazos para tratar de liberarse, aunque sin resultados. No quería que su cuerpo reaccionara ante los estímulos de él, pero era casi inevitable.

- ¡A-aléjate de allí! - chilló, alterada. El verlo pegar su rostro a su intimidad la llenó de vergüenza, ya que era una zona sumamente privada para su persona. Además, sus comentarios no ayudaban mucho, ¡y el muy maldito lo sabía! Louise apretó con fuerza los labios hasta que estos perdieron su color.

Sin embargo, al sentir la invasión en su sexo, un grito de dolor escapó de lo más profundo de su ser. La sensación de tener algo en esa zona era bastante incómoda, y ni siquiera podía mover muy bien su cuerpo como para alejarse de lo que le producía aquel dolor. Era bastante estresante el no poder hacer nada...

- ¡Cla-claro que no! - negó, mientras que movía su cabeza de forma negativa. Ella no quería "recibirlo" de ninguna forma, aunque su cuerpo dijera lo contrario. Las selkies eran una de las razas más "escasas", así que sus cuerpos habían cambiado de tal forma en que fuesen bastante sensibles a los estímulos. De esa forma sería más fácil encontrar una pareja con la cual poder reproducirse y mantener su especie a flote.

No se había dado cuenta de que había contenido la respiración hasta que el pelirrojo sacó su dedo. Exhaló, algo aliviada, y simplemente se limitó a mirarlo feo cuando lo vio acomodarse mejor entre sus piernas. Ya se había percatado de que los insultos y amenazas no servían con él, y al no poder mover sus brazos o piernas no podía volver a golpearlo.

- ¡A-Aahh! - gritó en cuanto él volvió a introducir su dedo dentro de su intimidad. Sin embargo, esta vez tensó su cuerpo al sentir que él realmente había metido todo el largo de éste.

Su respiración se volvió entrecortada, especialmente cuando él inició un vaivén. Podía sentir con claridad cómo salía y entraba, además de cómo la punta de su dedo acariciaba su interior. Nunca antes había experimentado algo como ello, puesto que ni ella misma se había aventurado a tocarse en la privacidad de su casa. Algo como eso era demasiado sucio, y el sólo pensarlo le provocaba desagrado.

Entonces, ¿por qué se siente tan bien?

- ¡Pa-para...! - suplicó, aunque al hacerlo se sorprendió a sí misma al notar un cierto tono de deseo en su voz. Eso no podía estarle gustando, y trató de hacerse a la idea de que era una simple reacción de su cuerpo y que ella no deseaba que Bent la siguiera tocando así.

Trató de no hacerle caso a sus palabras, pero hasta ella sabía que el vikingo tenía razón. Su viente comenzaba a sentirse caliente, y el ruido que provenía de su sexo se hacía cada vez más audible. El pensar que era su cuerpo el que producía aquel sonido le hacía sonrojarse con fuerza, apenada.

Un pequeño gemido salió de su boca cuando él pasó a tirar de su pezón, provocando que también arqueara la espalda y temblara un poco. Debido a que recientemente había terminado su período, sus pechos seguían estando bastante sensibles; y el que Bent los tratara de esa forma sólo acrecentaba la sensación, la cual pronto pasó a ser de placer.

No, no, no... pensó, desesperada. Si él seguía haciendo eso... si la seguía tocando de esa manera, entonces perdería la cabeza...

- ¡T-tú e-eres el pe-pervertido aquí...! - trató de defenderse, aunque su voz se le quebraba a causa de los jadeos y gemidos. Entreabrió apenas los ojos, puesto que los había cerrado previamente, pero en cuanto vio su boca acercarse a su pecho libre, chilló por la desesperación -. ¡E-espera...!

Un escalofrío bajó por su espalda cuando Bent comenzó a succionar de esa forma tan brusca su pecho. Gritó sin poder contenerse, con la voz cargada de placer, y su espalda volvió a arquearse por mucho que ella trató de evitarlo.

Y fue entonces que ocurrió. La leche acumulada en su seno comenzó a brotar ante los estímulos del otro, quien parecía un bebé al chupar de esa manera su pezón. La selkie no supo qué hacer, más que ocultar parte de su rostro contra uno de sus brazos, no deseando que el otro la viera de esa forma. Era demasiado humillante, y lo único que deseaba era desaparecer en esos instantes.

Sin hacer caso a las súplicas de su presa, Bent continuó abusando de sus pechos de la manera que quiso... Hasta que sintió cómo algo inundó su boca cuando comenzó a succionar de su pezón.

Sorprendido ante aquello, Bent meditó por unos instantes sobre el misterioso líquido, y decidió tragarlo para terminar de degustarlo.

-¡¿Leche?!- La reconoció al instante. No era raro que los hombres de su tribu atacasen también a las mujeres embarazadas, buscando precisamente la leche en sus pechos para deleitarse. Algunos incluso las ordeñaban hasta que ya no daban más, y más o menos así ocurría con cada chica que quedaba preñada.

Y el hecho de que Louise estuviese dando leche sin estar embarazada, fue algo que no se habría esperado jamás... Estaba seguro de que era virgen, supo reconocerlo cuando metió su dedo dentro de su vagina, así que era imposible que estuviese encinta.

No obstante, el hecho de tener una virgen que diera leche era algo así como el sueño de cualquier hombre, por lo que no pudo reprimir una carcajada cargada de satisfacción.

-¡Vaya! Tú sí que lo tienes todo, ¿eh?- Retiró el dedo que mantenía en su sexo para poder apretujar sus pechos y sacarle más leche, al dejar libres los pezones entre sus falanges. -Tetas descomunales, un buen cuerpo, un coño virgen, y hasta leche...- Apretó más fuerte sus senos para hacer que los chorros fuesen más abundantes, y así reforzar esto último. -Realmente voy a disfrutar tanto follarte...

El descarado vikingo se relamió de forma hambrienta, y sin esperar más, su boca volvió a atacar el mismo pecho del que estaba chupando, para succionar ahora con más fuerza. Deslizó sus manos hacia la base de sus senos para apretar desde allí y así poder ordeñarla; sabía muy bien cómo ordeñar a una mujer... Lo había hecho cientos de veces con las esclavas embarazadas, y hasta había llenado baldes enteros con su leche.

Y ahora, gracias al estímulo que le estaba dando, podía sacar abundantes cantidades de leche para beber directamente de ella. Cada tanto escapaba una gota lechosa por la comisura de sus labios y se deslizaba por el resto de su seno, al cual no dejaba de apretar, cada vez de forma menos delicada.

Habrían transcurrido unos diez minutos en los que se la pasó pegado a ella, mientras bebía sin parar, apretando y tirando tanto de su pecho que al separarse, notó la hinchazón que le había dejado por semejante trato.

-Tu leche es deliciosa, Lou~... hace que me den ganas de chuparte toda la noche~- Se mofó, sin desaprovechar de ninguna manera aquello que tanto parecía avergonzarla.

No podía pedir nada mejor, y al parecer, la chica había resultado ser una caja de Pandora. Si bien en un inicio la buscó por ser ella, porque quería mostrarle lo mucho que había crecido, luego comenzó a encapricharse más y más conforme iba descubriendo cosas de ella... No sólo su cuerpo llamativo lo tentó, sino que cada vez que la tocaba, ella parecía poder ofrecerle algo diferente y atractivo con qué deleitarse.

-Podré usar tus pechos como almohadas cuando esté cansado, follarte por ese apretado coño que tienes cuando esté aburrido, y beber de tus pechos cuando me dé sed... Vienes con un "todo en uno"- Comentó, de lo más complacido, justo antes de juntar los dos senos, para así poder llevarse a la boca ambos pezones y beber a gusto una cantidad más abundante de leche.